Los hermanos Labordeta Subías desde su nacimiento han vivido intensamente la docencia. Su padre Miguel Labordeta Palacios en el año 1920 se hace cargo del traspaso del colegio Santo Tomás de Aquino, situado en la plaza del Justicia nº2. Don Miguel fue su director desde su inicio hasta su muerte en 1953. En este centro estudiaron todos los hermanos Labordeta.
José Antonio, después de aprobar el examen de estado, se matricula en Derecho en octubre de 1950. Tras la muerte de su padre en 1953, tuvo la libertad de matricularse en la Facultad de Filosofía y Letras en la sección de Geografía e Historia.
Una vez licenciado, comienza su andadura como profesor de Geografía e Historia y Arte en los colegios masculino y femenino de sus hermanos Miguel y Manuel. Sus alumnos todavía recuerdan sobre todo sus clases de historia por su manera novedosa “para ellos” de enfocar la asignatura, enseñándoles a razonar más que a memorizar. No hay que olvidar que en ese momento estaba preparando las oposiciones como profesor agregado de Instituto.
Gana dicha oposición en el verano de 1964 y consigue su plaza en el Instituto Nacional de Bachillerato “Ibáñez Martín” de Teruel. Aterriza en Teruel el 14 de octubre con su mujer Juana de Grandes (también profesora del Instituto) tras su boda y viaje de novios.
La llegada a Teruel fue un antes y un después en la vida de José Antonio. Él descubrió a Teruel y su provincia y Teruel lo descubrió a él. Fue una de las épocas más fructíferas de su vida. Llegó con la idea de estar un curso y pasó seis años intensos. Fue nombrado jefe de estudios de dicho Instituto por su director Eduardo Valdivia, escritor zaragozano y amigo de los hermanos Labordeta. Durante esos años el Instituto sufrió una gran transformación con la llegada de profesores jóvenes que ejercían la docencia de una manera más cercana a los alumnos. Tuvieron mucha suerte los alumnos de Teruel de tener unos profesores como Eduardo Valdivia, José Sanchis Sinisterra (conocido autor teatral), José Antonio Rey del Corral (conocido poeta zaragozano) y Agustín Sanmiguel (conocedor del mudéjar aragonés sobre todo de Calatayud, su ciudad natal).
Si en su vida tuvieron mucha importancia los compañeros docentes, los verdaderos protagonistas fueron los alumnos. Pocas veces se da una comunión tan intensa entre alumnos y profesores. Estaban ansiosos de libertad y de conocimientos, de saber el más allá de Teruel y a ser posible de España y esto se lo dieron estos profesores. Según palabras de Federico Jiménez Losantos “a mediados de los sesenta, Teruel era lo más progre de España, lo que pasa es que España no se daba cuenta y Teruel tampoco”.
A todo esto hay que añadir la llegada al Instituto del profesor turolense Florencio Navarrete, con una idea de pequeño empresario ligado a la enseñanza y a los estudiantes. Fundó el Colegio Menor San Pablo, donde se albergaban los alumnos del Instituto Ibáñez Martín procedentes de los pueblos cercanos, y allí se realizaron todas las actividades extraescolares posibles y casi imposibles, a cargo sobre todo de Labordeta, Sanchis y Eloy Fernández Clemente (aquí se conocieron José Antonio y Eloy y ya fueron inseparables en todas sus andanzas). Entre las actividades cabe destacar los festivales que se hicieron de la canción aragonesa con Labordeta, Carbonell y Cesáreo Hernández (puede decirse que la nueva canción aragonesa tuvo aquí sus comienzos).
El año 1969 Labordeta sufre un duro golpe, la muerte inesperada de su hermano Miguel; desde ese momento tiene la vista puesta en su regreso a Zaragoza. En 1970 se traslada a su ciudad como director de la filial nº 5 del Instituto Goya en el barrio de Torrero, donde conoce otra realidad como docente, un alumnado procedente del éxodo rural y de familias de baja extracción social y económica, pero de una condición humana extraordinaria y con ganas de salir adelante; el trabajo fue duro pero los resultados fueron satisfactorios. Cabe destacar de este periodo el encuentro con la profesora de Historia Soledad Jordana, directora de la filial nº 4 del Instituto Miguel Servet, persona que ya coincide con Labordeta en todos sus traslados.
Para el curso 1973-74 pide traslado al nuevo Instituto mixto nº 1 Pignatelli (todavía en construcción); por problemas administrativos se demora su apertura y pasan a dar las clases en el “Hogar Pignatelli” (antiguo hospicio y actual sede del Gobierno de Aragón). Allí permaneció más de lo esperado, dando sus clases en horario nocturno, con un nuevo cambio de alumnado ya que eran trabajadores que querían obtener el título en un horario que se lo permitiera. Tuvo que adaptar sus clases a este alumnado con una vida ya trazada y otros intereses.
Finalizadas las obras del nuevo Instituto Pignatelli situado en el Alto Carabinas, el curso 1976-77 se trasladó a él. Allí se encontró con antiguos compañeros de Universidad, entre ellos Carlos Albiñana, director del centro. En los años siguientes fueron llegando nuevos profesores, jóvenes, comprometidos políticamente y con ganas de cambio. Labordeta estuvo más cerca de este grupo con los que coincidía ideológicamente. Durante estos años la enseñanza pública adquiere un auge enorme, había una gran demanda y se crearon nuevos Institutos, con el consiguiente acceso a estos centros de los hijos de clase media, sobre todo de profesiones liberales; eran alumnos con una mayor formación y por lo tanto con una mayor comprensión e implicación.
La demanda de actividades culturales y políticas se amplía: creación del PSA, nacimiento del periódico Andalán y los recitales de los cantautores se multiplican. Debido a que Labordeta formaba parte activa de todo lo mencionado, solicita la dedicación mínima en la enseñanza hasta que en el año 1985 pide la excedencia de profesor de Instituto de Enseñanza Media. Aquí termina su carrera docente.
El colofón a toda su trayectoria vital ocurrió el 23 de marzo de 2010 con la concesión del DOCTORADO HONORIS CAUSA por la Universidad de Zaragoza. Sus padrinos académicos fueron los Profesores Doctores: D. Eloy Fernández Clemente y D. Gonzalo Máximo Borrás Gualis. No pudo estar presente en este acto tan importante para él, lo siguió por televisión profundamente agradecido, emocionado y con los ojos húmedos.Siguió siendo un maestro de la vida, sobre todo con su actitud ante la grave enfermedad que sufrió. Su comportamiento fue ejemplar asumiendo esta etapa de su vida con una gran dignidad, sentido del humor y siempre una esperanza. Esa fue su última lección.