A Francisca y Emilio
Nos queda pocas cosas y hemos perdido casi todo: La esperanza, el País, los distintos combates y la ilusión. Sólo vuestra memoria, de vez en vez nos vuelve a estremecer y a hacernos entender que no podemos aislarnos, cerrar la puerta de casa y olvidarnos de todo. Vosotros, Francisca y Emilio, sois uno de los pocos recuerdos dignos que a este viejo Reino, ya agotado, le queda como espejo para levantar la vista con dignidad y decir que todavía no está todo perdido.
Porque sólo queda vuestro ejemplo y vuestra memoria. El resto, como un viento terrible, ha huido de todos nosotros. Han huido las ideas y se ha quedado la mediocridad. Ha huido la utopía y se ha quedado la “realidad”. Se ha marchado los viejos maestros y sus puestos están siendo ocupados por advenedizos arribistas capaces de pactar con el diablo –pobre diablo- si ven que sus sillones se tambalean.
Y, en medio de este desconcierto, de este consumismo sin medida, vosotros, los dos, estáis ahí, como mallos, para que todos sepamos que una batalla no es una guerra y que la vida es mucho más larga que una generación y que al final de los desiertos, tras largas travesías, se necesita rumbos exactos para volver a tomar el camino justo.
Vosotros sois el rumbo en medio del desconcierto. Por ello, gracias en nombre de los que tenemos poca fé y andamos fatigados porque somos débiles y no tenemos la fuerza que vosotros habéis demostrado para una lucha desigual y solitaria. Hoy que hemos arrebatado un trozo de libertad a quienes nos la tenían secuestrada, estamos junto a vosotros, igual y de la misma manera que los ríos van al mar, los hijos a los padres y la noche al día: Con la esperanza de reencontrar la vida que nos han contaminado, desgarrado y oscurecido.
Por ese cobijo que significáis, aquí estamos con vosotros para deciros una palabra muy sencilla: Gracias
Huesca, 1988